Desde hace años, y por épocas, se habla de las Universidades Argentinas de un modo pendular que oscila entre los Premios Nobel obtenidos, los excelentes profesionales, investigadores e intelectuales de prestigio internacional que recorren el mundo compartiendo ideas, experiencias, haciendo circular la producción intelectual de nuestros egresados o, como un espacio que no tiene demasiados motivos para sentirse orgulloso. Parece que en estos días le toca a la parte del péndulo que mira a las Universidades Públicas con ojo miope y sesga, con algunos números recortados y fuera de contexto, acciones tan significativas como el ingreso, el tránsito y el egreso de las aulas universitarias. Esta dificultad para enfocar bien, provoca pérdida de agudeza visual y, entonces, se comprende de qué modo es posible un análisis tan grueso sobre cifras que deben ser leídas nuevamente o la luz de otra lente.
Es parte inseparable de la Universidad asumir la responsabilidad de recibir estudiantes y darles todas las oportunidades para que continúen aprendiendo, tratando de superar una mirada meramente economicista que no considera el impacto social que significa el tránsito de los jóvenes por las aulas universitarias. El aumento de la matrícula relacionada con nuevas modalidades de ingreso, la pluralidad de expectativas, heterogéneas formaciones de base de los jóvenes o la necesidad de motivación y apoyo en prácticas de estudio, son algunas de las razones por los cuales se hace necesaria una consideración atenta sobre los aspectos que hacen a las prácticas de enseñanza, mucho más que una mirada centrada en la cantidad de estudiantes que aprueba una o más asignaturas por año. Este abordaje soslaya, con un número duro cómo fueron los aprendizajes y la comprensión de esos estudiantes.
La Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Nacional de Mar del Plata se propuso –además de abrir sus puertas sin exclusión a todo aquel que aspire a Estudios Superiores– brindar los mecanismos de inclusión genuina necesarios a la vida universitaria, a través de herramientas, conocimientos y saberes apropiados para garantizar la permanencia, consecución y finalización de los estudios respetando, a la vez, respetar las particularidades y exigencias disciplinares de las asignaturas. Este planteo implica tender puentes y brindar los apoyos necesarios para que los estudiantes sigan construyendo conocimiento, culminen sus estudios e incluso atraviesen otros ámbitos tan propios de la vida Universitaria –pero poco mencionados en los análisis cuantitativos de corto plazo– como la Extensión o la Investigación.
Poner el acento en el costo por alumno o el costo por graduado impide ampliar el margen de observación donde los fenómenos tienen lugar. Una Universidad cualquiera anclada en una zona periférica o con poca densidad poblacional tendrá, seguramente, un costo por estudiante más alto que otra que se encuentre en el centro mismo de grandes ciudades. ¿Es, acaso, magia? No. Lo que sucede es que mantener una estructura universitaria implica: el salario docente, los salarios del personal universitario, acciones de comunicación, de extensión, inversiones en tecnología e investigación, etc. Por lo tanto, esos costos, en la medida en que haya mayores estudiantes en las aulas se diluyen y parecen menores. Aquí podemos ver un primer sesgo de los números, como descripciones objetivas de la realidad.
El planteo cuantitativo limita la responsabilidad social del Estado de abrir Universidades en aquello lugares donde se necesitan profesionales o donde no hay oferta educativa de nivel superior a lo largo de kilómetros. Este análisis no puede realizarse únicamente con la vara de los millones de pesos que puede costar, porque –del otro lado– tampoco puede medirse el impacto altamente positivo que implica que los jóvenes estén en las aulas universitarias, que hayan aprobado al menos una materia en el año, que su conocimiento derrame hacia los hogares con nuevos puntos de vista y que esto permita la construcción de una ciudadanía crítica…. esto no se puede medir a corto plazo en términos de promedios.
Es cierto que en un sistema como el nuestro el tema de los recursos económicos es una discusión que tiene, además, aristas que lo ligan con cuestiones de poder, tensiones políticas, asignaciones discrecionales, pero sea como fuese –y aunque sigamos dando esa discusión– las Universidades Nacionales tienen mucho de qué sentirse orgullosas, tienen el compromiso –junto a todo el sistema educativo- de pensar una sociedad mejor, un país donde todos, en cualquiera de los puntos cardinales, pueda tener acceso a la Educación Superior.
La Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad de Mar del Plata se encuentra trabajando en ese sentido, privilegiando la formación integral del estudiante: como profesional pero, fundamentalmente, como ciudadano comprometido con su realidad y la de su entorno. La Universidad debe, necesariamente, superar el abordaje que considera el dinero invertido en Educación Superior como un gasto, en favor de una perspectiva social e inclusiva que suponga dar acceso a todos los que así lo deseen y, a la vez, brindar posibilidades educativas en cualquier rincón del país. Sobre las estadísticas se pueden hacer múltiples lecturas. Pero, es evidente, que una discusión profunda y seria sobre esta cuestión requiere considerar también los posicionamientos ideológicos y políticos implicados por cada una de esas lecturas propuestas evitando, así, un abordaje frívolo sobre la inversión de recursos en Educación Superior.
Esp. Mónica Biasone - Decana
Mg. Miriam Kap - Subsecretaria de Asuntos Pedagógicos